Cálida Berna

22 Aug

Volvimos, regresamos, ya estamos de vuelta. Se dice que cuando uno lo está pasando bien, el tiempo pasa volando. Así ha ocurrido esta semana. El tiempo pasó mientras disfrutábamos cada minuto.

Estuvimos casi una semana en Berna y si la ciudad es bonita, los que nos acogieron aún lo son más. Han sido unos días intensos, de largas charlas y bonitos paseos. He tenido el placer de conocer una ciudad nueva y la suerte de encontrarme con un pedacito de família que aún no conocía.

Estos días han estado llenos, llenos de bonitos momentos, miradas amistosas, risas espontáneas, mucho cariño y unas pocas lágrimas. Han sido dulces y cubiertos de chocolate. No esperaba que, estos días, fueran diferentes a lo que han sido. Mis expectativas fueron cercanas a la experiencia vivida que, aún así, fue mejor.

He sentido que ya había estado en la ciudad anteriormente y que ya había conversado con ella. Me gustó Berna y sus tres calles principales y, también, sus callejones. Me encantó pasear bajo sus altos y puntiagudos tejados. Pude respirar todo lo verde que envuelve la ciudad y así, respiré también la esperanza.

Destellaron recuerdos pasados, recuerdos de cuando estuve en Chile y recuerdos de cuando viví en Alemania. Se mezclaron sensaciones y resultó un cuadro vivo ideal para almacenar en mi hipocampo y guardar en mi corazón.

Sin duda, nos quedaron algunas cosas por ver y eso hará inevitable que, algún día no muy lejano, regrese a esta ciudad. Sin duda, establecí un vínculo con Berna, me hice amiga suya y me agradó desde el primer momento. Fue un flechazo.

Mientras estábamos allí, no sé cuántas veces repetí que yo podría vivir en esta ciudad. Más de una vez me pregunté cómo sería despertar temprano para irme a trabajar, cómo sería el invierno, cómo serían mis nuevos amigos, pude imaginar una vida en Berna. Es una ciudad amable, ordenada y pequeñita, a mi medida. Si viviera allí, no tendría el mar, que tanto me falta cuando no lo tengo cerca, pero tendría los Alpes que se encargarían de protegerme. Tendría un río, el Aare, dónde podría verme reflejada y pensar en mi mediterráneo. Y estoy segura que no me faltarían flores, pues no existe balcón en Berna por el que no brote alguna flor.

Me fui satisfecha, con aires nuevos y con la sensación de que no era la última vez que iba a estar allí. Tuve los mejores guías y compañeros de viaje a los que agradezco que hicieran tan grata y cálida la estancia. Fue un placer.

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