Pasta ya!

15 Aug

dinero

El Ministerio de Ciencia e Innovación, finalmente, me ha autorizado a pedir el Préstamo Renta Universidad que había solicitado. Me ha llegado un “ticket-autorizacion” y con él debo dirigirme a un banco para que formalice el préstamo.

Eso es lo que quise hacer ayer. Desperté temprano y miré la lista de bancos que me ofrecían tal servicio. Una vez más, el simple hecho de vivir en una isla me limita. La lista se reduce, para mi, a dos:  Santander y Banca March. Se me hizo difícil elegir, pues aún no estoy segura de cuál es el que más me desagrada.

Opté por ir al Santander por una cuestión de cercanía. La secretaria del Santander me aconsejó que fuera a tomar un café ya que la subdirectora había salido. Me comentó que en 20 minutos, aproximadamente, volvería. Le comenté el motivo de mi visita y me repondió con cara de no saber de qué le hablaba. Desistí y salí a pasar los 20 minutos en la calle.

Se me ocurrió ir a la Banca March pensando que si me lo tramitaban ellos más rápido, me decidiría por esta entidad bancaria y no por la otra. Justo entrar a las oficinas de la Banca de un personaje como Joan March, no pude evitar empezar a conspirar contra ellos. Me atendió un chiquillo menor que yo. Debía tener unos 24 años. Llevaba la raya de sus castaños cabellos a un lado, al lado derecho. Tenía ojos claros y la piel medianamente bronceada. Vestía camisa blanca manga larga con gemelos y pantalón negro de pinza. Y hablaba muy bajito. Al explicarle el motivo de mi visita al chiquillo, me miró, también, con cara de ¿qué coño es esto?. Me pidió muy educadamente que esperara mientras él avisaba a su superior para aclarar algunas dudas puntuales. Fue ahí cuando llegó el típico banquero. Me miró de arriba a bajo y preguntó retóricamente: ¿Tiene cuenta en este banco?. Respondí que no, con cierta ironía, pensando que nunca se me hubiera ocurrido tal cosa. Me explicó que para “formalizar” el préstamo debía hacerlo con la directora de la oficina que, casualmente, se encontraba de vacaciones y no volvía hasta finales de mes. Aún así, me dijo que lo primero que debía hacer era abrir una cuenta con ellos, cosa que aún dudo que tenga que ser así. Le dije que por ahora no la abriría y que reintentaría hacerlo con la otra entidad. El banquero quedó conforme, pues no insistió para nada. Salí de esa oficina, que olía a dinero podrido y a perfume clasista, y me dirigí al Santander de nuevo.

Al llegar al Santander, la subdirectora aún no había regresado. Esperé unos minutos y llegó. Me hizo pasar a su despacho. Me hizo un interrogatorio sobre lo que iba a estudiar y sobre la cuantía del préstamo. Le tuve que explicar en qué consistía tal “ayuda”. Me aceptó la solicitud y me dijo que comprobaría todos los datos y que la semana que viene me llamaría para empezar a formalizar tal préstamo.

Ya imaginaba que pedir un préstamo no es cosa sencilla. Pero el dinero que pido no es dinero del banco, y estoy en pleno derecho de que me lo concedan. Pero parece que a las entidades bancarias les interesan más esos préstamos cargados de intereses y con alto rendimiento. Lo entiendo, pero yo necesito una solución ante mi problema y, no vi a ninguno de los dos bancos muy predispuestos a ayudarme. Quizás si la lista de bancos a los que poder dirigirme fuera más larga, habría más competencia o, al menos, estarían más informados ya que de no estarlo, el cliente tendría la opción de elegir otra entidad. Por el momento, no me queda otra que esperar y confíar en que, la semana que viene, la subdirectora de la oficina del Banco Santander me llamará y podré, al fin, formalizar el préstamo.

Foto: Lhoretsë

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